Para volver al SUMARIO hacer CLICK ACA

domingo, 7 de octubre de 2012

APUNTES IMPOSTADOS


por Matías Manuele


El Extranjero
"El pintor Paul Gauguin amó la luz de la Bahía de Guanabara
El compositor Cole Porter adoro las luces en la noche de la Bahía de Guanabara
El antropólogo Claude Levy-Strauss detestó la Bahía de Guanabara:
le pareció una boca sin dientes
Y yo, conociéndola menos y amándola más
Estoy ciego de tanto verla, de tanto tener la estrella,
¿Qué es una cosa bella?"

Gaugin, Porter, Levi Strauss se presentan ante Caetano como bárbaros que corren el significado de la Bahía, y en ese corrimiento nos dejan desvalidos de nuestros propios y seguros sentidos. Los extranjeros hacen dudar a Caetano, si para ellos Bahía es bella ¿Qué es una cosa bella? ¿Estaba él mismo ciego de tanto verla?.
Siempre necesitamos de un extranjero. De esa voz extraña, apenas descifrable que nos muestra lo que ama y lo que odia. Los extranjeros, esos bárbaros que con sus balbuceos tratan de comunicarse. La alteridad en la búsqueda de la comunión. La inclusión de esa otredad a través de la palabra siempre ha necesitado de los disfraces. Cocoliche, lunfardo, canyengue. Formas de impostación de la voz para poder hablar como uno.
Pero la palabra extraña no puede ser traducida literalmente, porque el idioma no lo permite y, particularmente, porque nosotros no lo permitiríamos, no podríamos soportar esa voz ajena hablando como nosotros. Lo bárbaro se instala así en el malentendido, no por incomprensión sino por imposibilidad de decodificación; y en ese sentido, se emplaza en lo poético (los nuevos sentidos) y en lo político (los nuevos sujetos). Extranjeros corriendo los limites de las definiciones (palabras e identidades) instituidas.

El mundo estable
"El macho adulto blanco siempre al comando
Y el resto con los restos, el sexo es el corte, el sexo
Reconocer el valor necesario del acto hipócrita
Borrar a los indios, no esperar nada de los negros"

Desde que la modernidad disolvió los puntos de orientación de los que las sociedades nos valemos para saber quienes somos y que se espera de nosotros, nuestras comunidades han entrado en un limbo de la identidad, patinando sobre la pregunta “¿Quiénes somos? ¿Quiénes somos? ¿Quiénes somos?” en un soliloquio ininterrumpido.
La arbitrariedad del mundo clásico era compensada por una fuerte claridad de los lugares sociales. El hombre es el macho. La izquierda es la izquierda. El extranjero es el bárbaro. También era un mundo fácilmente tambaleante, cualquier equivoca investidura desarmaba los sentidos (Rancière dixit). Así, a medida que los sujetos podían desanudarse de las tradiciones (Bauman dixit), el mundo social debió reforzar sus modos teatrales de organización del mundo a fin de reforzar la comprensión de sí mismo y, especialmente, del otro (Sennett dixit).
Y en ese teatro social la coherencia entre el rol y el personaje se volvió la trama en la que se enredaron los discursos sociales. Coherencia, honestidad, transparencia, autenticidad; engaño, impostura, travestismo. Todos lanzados a la búsqueda del verdadero “Yo” (Giddens dixit), y sobretodo, del verdadero “otro”. Los tópicos de la cultura política del siglo XIX y XX.
Si cada uno es lo que quiere ser cómo puedo creer que el otro es quien dice ser. El peligro del otro que está ahí y no sé quien es. ¿Será servicio? Denunciar la impostura, el modo de construir un nosotros sin referir a una esencia propia sino sólo desenmascarando, expresando los códigos. Devolviendo la claridad al mundo social. El cinismo como marca de la modernidad (Virno dixit).

Los impostores y la denuncia.
¿Una ballena, una telenovela, un laúd, un tren? ¿Un loro?
Pero era al mismo tiempo bella y sin dientes Guanabara

Y en este mundo tambaleante, nuestras naciones debieron constituirse sin esa referencia sólida de la cual despegarse. De ahí que el Estado Nacional nace principalmente con el apotegma de ordenar lo social: orden y progreso. Es el intento de una clase por develar el quien es quien, poner a cada uno en su lugar, y reubicar a quienes salían de ese guión teatral de lo dicho y lo no dicho, lo que es mostrable y lo que no. Conjurar esa amenaza producto de identidades que, travistiéndose bajo el manto de los derechos individuales, las libertades civiles, y la ciudadanía no reconocían que esa igualdad no refiere a las alteridades sociales que se ocultaban en las multitudes sino a la igualdad de los verdaderamente iguales.
De ahí, entonces, que el Estado naciera siempre denunciando un extranjero: desde la Fernando VII hasta el dólar. Desde la gauchesca como impostación de una voz popular, apropiada y ampliada desde las clases altas, hasta el fenómeno de actual de la cumbia latinoamericana. La historia de las letras y la política en Argentina recorre como uno de sus ejes temáticos el de la impostación y su denuncia.
El Facundo fue la excusa de Sarmiento para hablar, no de los gauchos y caudillos, a quienes ya les dedicara las palabras exactas en “El Chacho”, sino para hablar de Rosas. El problema de Facundo, de Sarmiento, no es Quiroga sino Rosas, porque Rosas es Quiroga travestido. Rosas es el dislate de la “y” que une la civilización “y” la barbarie. Rosas es quien combina la sanguinolenta política rural con la fría maquinaria burocrática (y económica) de la urbe.
La simulación fue el debate que dividió a Ingenieros de Ramos Mejia en los principios del siglo XX. De Los simuladores del Talento a La simulación en la lucha por la vida, la impostura vuelve a plantearse como estrategia de esos otros para inmiscuirse entre “nosotros”.
La Bolsa de Martel, el titeo de Viñas, las múltiples imposturas de La fiesta del monstruo (la de su autor/es, la de la voz del narrador, la del propio Monstro). El problema de la Argentina no son los negros, el problema es que los negros se travisten, se entremezclan, y pretenden ser otros (nosotros).

El Rey.
“Desenmascaro
Y simplemente grito:
"El rey está desnudo"
Pero despierto porque todo calla frente al hecho
De que el rey es más bonito desnudo”

Si los relatos nacidos en los ‘50, en la díada peronismo-antiperonismo, habían estabilizado la escena del teatro social, el inicio de este nuevo siglo implicó su nuevo tambaleo.
La izquierda enarbola a López y Arruga para decirle al gobierno impostor, claman por una normalización de las políticas públicas que se quite la careta de los derechos humanos. La oposición quiere desenmascarar al gobierno bajo un discurso de formas e institucionalidades, lo llaman dictadura. El gobierno denuncia a los medios hegemónicos como impostura del “periodismo independiente”.
Todos denuncian la impostura y claman por una normalización del espacio social, un saquémosle las caretas a los otros, que cada uno diga quién es (qué es), dónde está. Cada quien a su lugar, izquierdas y derechos, pro y contra, ultra y anti. Disciplinamiento de la sociedad, administración de lo político. Todos gritan “desnudemos al rey”.
Lo que se va instalando así es un discurso autoconsciente en el cual la topología prima por sobre la arqueología. No se trata de ideas, se trata de superficies.

Y por debajo de esas superficies de placer, ¿cómo podemos encontrar la belleza de la desnudez, eso inesperado, maldito, mítico, que vuelva a desordenar esta realidad de tan prolija tan psicótica?

No hay comentarios: